Purasangre es un rareza que se estrenó este verano de tapadillo casi clandestinamente, escondida entre los diversos blockbuster miméticos del verano, y que los degustadores de sabores poco habituales no deben dejar escapar.
El debutante Finley, que también firma el guion, muestra un dominio de la elipsis, del fuera de campo y del uso con valor dramático del sonido, impropia del alguien sin experiencia en el largo.
Pero los aciertos de Purasangre no se limitan al aspecto técnico y narrativo sino que el Finley escritor se muestra muy perspicaz a la hora de radiografiar la temperatura moral de unos veinteañeros acostumbrados a salirse siempre con la suya, a la simulación y a sacar rédito vampírico de las relaciones, aprovechando la positiva imagen social propia frente a la más negativa de otros. A todo ello, ayudan de manera fundamental dos de las actrices jóvenes más prometedoras y el triste, y prematuramente fallecido, Yelchin, que muestra, de nuevo, que hemos perdido a un potencial gran actor.
Finalmente, Purasangre se desvela como un muy sutil estudio sobre el punto de vista (sólo muy tarde caemos en la cuenta de que sólo hemos conocido una de las versiones de la relación paterno-filial), la manipulación de “débiles” que se desvelan como bestias salvajes y las persistentes clases sociales en una sociedad en la que los poderosos siguen jugando con las cartas marcadas. A Finley se le puede acusar de pretencioso, ¿Qué joven artista no lo es, aunque sea un poquito? y de usar los códigos del cine negro de forma algo tópica. Pero no de haber realizado un film convencional dentro de la corriente principal. Eso es más que suficiente para aplaudirle y esperar con ilusión sus nuevos trabajos