No llega a ser la gran comedia crítica que podría haber sido porque, hay que reconocer, que resulta dificil darle al film un desenlace a la altura de la magistral premisa que da lugar a una primera parte que se erige en una de las comedias más divertidas y lúcidas de los últimos años.
En un mundo donde no existe la mentira, ni siquiera como concepto, todos dicen la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sin pensar en las consecuencias. Nadie nunca ha dicho una mentira. De pronto, un perdedor nato llamado Mark Bellison desarrolla la capacidad de mentir, y no tarda en descubrir que la falta de sinceridad tiene grandes ventajas.
Sí, si uno está abierto a comulgar, de partida, con una gran inverosimilitud. Aceptar la premisa del film es fundamental para disfrutar del film. No se trata de no poder mentir, sino de la inexistencia de la mentira como tal. La incredulidad de los espectadores ante dicha premisa, demuestra la tesis que defiende el film: la mentira mueve el mundo.
Atención a los divertidos cameos y a los chistes sobre Coca-Cola y Pepsi. Además, estamos ante una comedia muy valiente porque la sátira que hace de la religión puede resultar muy sangrante en un país tan religioso como Estados Unidos.