Aceptable cine comercial, la saga de Iron Man es de lo más potable dentro del prolífico subgénero del cine de comic que acapara la producción más comercial de Hollywood de la última década.
El mundo sabe que el multimillonario Tony Stark (Robert Downey Jr.) es Iron Man, el superhéroe enmascarado. Sometido a presiones por parte del gobierno, la prensa y la opinión pública para que comparta su tecnología con el ejército, Tony es reacio a desvelar los secretos de la armadura de Iron Man porque teme que esa información pueda caer en manos indeseables. Con Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) y James “Rhodey” Rhodes (Don Cheadle) a su lado, Tony forja alianzas nuevas y se enfrenta a nuevas y poderosas fuerzas.
Por supuesto que se trata de cine de usar y tirar pero, al menos, resulta bastante entretenido, la trama está medianamente bien trenzada e, incluso, hay cierto espíritu crítico contra la industria armamentística, aunque no deja de ser una orgía de tecnología bélica.
Pero lo que realmente singulariza a esta franquicia es la calidad interpretativa de todo el reparto. Capitaneados por un estupendo Robert Downey Jr., tanto rivales como amigos le secundan estupendamente.
Tenemos al malvado grasiento (quien mejor que Mickey Rourke para ese papel) y al de guante blanco (un Sam Rockwell parodiando a Tom Cruise en su versión más “estupenda”). Y como aliados Samuel L. Jackson, competente, y Scarlett, tan excitante como casi siempre. Sin embargo, Cheadle y Paltrow, con más minutos en pantalla que éstos últimos, resultan menos atractivos, por culpa del guión.
Por último, la cinta no abusa de la acción e incluso consigue innovar en el trillado sendero de las escenas de acción con un duelo tecnológico entre Downey y Rourke, impensable en los 80.