Un nuevo triunfo de la Pixar, prueba fehaciente de que el uso de la más avanzada tecnología cinematográfica no está reñida con la calidad artística y la creatividad narrativa.
La historia se centra en un hombre de 70 años que vive tranquilamente en una vieja casa. Todo cambia con la aparición de un joven, con el que entabla una fuerte amistad, que dará lugar a un montón de líos. En esta aventura los dos protagonistas viajarán en globo, lucharán contra bestias y bandidos… pero siempre cenarán a su hora.
Como en casi todas sus obras, siendo el apartado visual sublime (ahora en su primera experiencia en 3-D) no es lo mejor. Las más altas cotas de excelencia se alcanzan en el guión, como siempre, uno de los mejores de la década.
El primer tercio del film es una puñetera obra maestra. Siendo una película dirigida, sobre todo, al público más joven resulta sorprendente que el protagonismo recaiga sobre un anciano; mezcla del físico entrañable de Spencer Tracy y el carácter cascarrabias de Walter Matthau. Pero más inaudito resulta, si cabe, que se nos ponga en antecedentes de los motivos del actual carácter del hombre, con un corto en flashback que es de lo mejor que ha firmado la Pixar en toda su historia, Las fuentes de inspiración son los clásicos, Chaplin y Capra, sobre todo, pero sin olvidar otras artes como las novelas de Verne y el cine moderno (la sombra de Miyazaki es alargada).
Esta cinta maravillosa no llega a ser la obra maestra que prometía por el inevitable y lógico compromiso con el público infantil. Como ocurría en Wall-E, pero no de manera tan grave, la madurez de la primera parte de la cinta da paso a un desarrollo más pueril pero no por ello desdeñable. El desenlace vuelve a alcanzar un nivel notable.