Podía haber sido una gran película, casi una obra maestra y se queda en buena a secas. La cinta está estructurada en cuatro cortometrajes que casi tienen sentido por sí mismo y poca relación entre ellos: la búsqueda de judíos escondidos, el reclutamiento de un grupo de parias para matar nazis (véase Doce del patíbulo), una cita secreta entre espías y quizá la más original un estreno cinematográfico con nazi enamorado de judía sin saberlo. Las dos últimas historias son tan buenas que Tarantino se olvida prácticamente de los bastardos que dan título a su película. Todo ello provoca un film descompensado con momentos memorables (toda la secuencia del estreno) y algunas secuencias basadas en diálogos demasiado alargados.
Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación alemana de Francia, Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) presencia la ejecución de su familia a manos del coronel nazi Hans Landa (Christoph Waltz). Shosanna consigue escapar y huye a París, donde se forja una nueva identidad como dueña y directora de un cine. En otro lugar de Europa, el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) organiza un grupo de soldados judíos para tomar represalias contra objetivos concretos.
A no ser que no soportes el estilo Tarantino, aquí menos marcado que otras veces, es una cita obligada. Salvo Death Proof, todas las cintas de Tarantino provocan en mí una sensación poco frecuente: no tengo el más mínimo deseo de que se acaben. No me importaría que durarán una hora más y no se me agotan mientras las veo como ocurre con otras muchas películas. Me agradan pero que mediada la proyección ya me han dado todo lo que me pueden dar y sólo queda una larga y aburrida cuesta abajo hasta el final.
Atención a Christoph Waltz como el coronel Landa. Nunca un nazi cinematográfico había resultado tan aterrador y divertido a la vez. Además, el homenaje al poder trasformador del cine que hace Tarantino es emotivo a la vez que realista ya que no olvida que la historia la escriben los vencedores… o los que saben salir airosos en cualquier coyuntura.