Villanos involuntarios

Un destacable debut como director y guionista del autor de los libretos de X-men y las inéditas Superman y el remake de La fuga de Logan. Un film de comprensible fracaso porque la sucesión de desgracias que asolan a los protagonistas ahuyenta en toda lógica a aquellos espectadores que, de manera totalmente legítima, busquen en el cine mero entretenimiento evasivo. Pero si usted es de esos espectadores que buscan historias humanas y no temen las emociones fuertes no se sentirán decepcionados con este film.

La familia Travis es tocada por la desgracia y sus miembros se derrumban. El hijo adolescente Tim, la oveja negra de la casa, pasa por la vida como si fuera una pesadilla. Su padre Ben empieza a tratar a su mujer y a su hijo como a extraños y desconecta del mundo que le rodea, mientras que su madre Sandy se dedica a fumar porros y a utilizar todo el sarcasmo de que es capaz. Al mismo tiempo le declara la guerra a una vecina por algunos secretos muy bien guardados que amenazan con destrozar la familia.

Bebiendo de las fuentes de films como Gente corriente (del que toma la muerte de un joven que destroza a una familia), La tormenta de hielo (comportamiento semi-autista y protagonista), El mundo de Leland (la adolescencia paralizada ante la desoladora edad adulta) o American Beauty (desoladora visión de la vida suburbana en Norteamérica), Harris consigue un film personal al cambiar el punto de vista del narrador omnisciente. Si en todas ellas, el guionista hablaba de sus personajes desde la mirada de un adulto, aquí Harris es un joven hablando de jóvenes (y adultos). La sinceridad y desparpajo a la hora de mostrar el paso de la adolescencia a la edad adulta es su mayor acierto y lo que la separa de otros muchos films sobre familias disfuncionales, amén de un acertado sentido del humor y de un desenlace esperanzador pero, en absoluto, forzado o simplista.

En un film intimista como el que nos ocupa, la calidad de las interpretaciones es imprescindible para llegar al buen puerto de la credibilidad y la emoción. Weaver consigue, una vez más, otro de sus prodigiosos trabajos, en la línea de los que bordó con la mencionada La tormenta de hielo o Mi mapa del mundo. Aunque el resto del reparto se maneja con corrección, ella es el alma del film.

Un film que podría haber alcanzado una mayor magnificencia si se hubiera trabajado con mayor éxito el ritmo y el pulso narrativo.

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