Farsa generacional con vocación y autoconciencia de película idiota y absurda. Ahí está su mérito. Es una tontería a propósito y orgullosa de ello. No sólo homenajea a los 80 en argumento y estética, sino en su forma narrativa y en las licencias que se toma. El objetivo no es ser riguroso, sino divertir y constatar el cambio brutal de la humanidad en estos últimos 30 años, posiblemente uno de los períodos más cambiantes de nuestra historia. De hecho, algunos historiadores ya hablan de una nueva edad, la tecnológica.
Tres amigos del instituto que llevan tiempo sin verse deciden pasar un fin de semana en un hotel de montaña en el que estuvieron 20 años antes y del que guardan un recuerdo inolvidable. Cuando llegan al lugar se dan cuenta de que nada es como recordaban, pero todo cambia cuando deciden probar el jacuzzi y descubren que es una máquina del tiempo que los transporta hasta los años 80, concretamente a 1986. Inicialmente creerán que deben hacer exactamente lo mismo que hicieron anteriormente, pero luego se darán cuenta de que están ante una oportunidad única de cambiar sus vidas. Sólo hay un pequeño problema: el futuro no es tan sencillo de modificar como piensan.
Imprescindible para fanáticos de los 80. El argumento abría infinitas posibilidades trascendentes a la hora de analizar la crisis de la mediana edad, muy en la línea del cine actual. Pero la película prefiere otros derroteros: los de la comedia gamberra, que no tiene porque dejar de ser ingeniosa. Este film es una prueba de ello.
Los homenajes son variados y gozosos: desde la presencia de Crispin Glover, Chevy Chase o el propio Cusack, la máquina del tiempo, el cine antisovietico o la música de la época