Esta nueva adaptación de la novela que ya fue llevada al cine en los años 70 presenta una virtud muy gratificante: aparte de la idea central del secuestro de un tren del metro de Nueva York, tiene poco que ver con la película protagonizada por Walter Matthau.
Aquel era un film muy setentero y los que la conocemos no teníamos ganas de volver a ver la misma historia. Aquí hay mucho menos humor sarcástico pero más acción y, sobre todo, más dramatismo. No falta, sin embargo, el humor, presente en los personajes de Gandolfini (uno de los más divertidos roles secundarios de los últimos años) y Turturro.
La intriga y su desarrollo interesan casi siempre dando lugar a un film tan intrascendente como entretenido, ideal para pasar dos horas fresquitos en la sala de cine huyendo de la cruel canícula.
El film tiene defectos, claro. En primer lugar, el duelo psicológico entre Washington y Travolta a veces es intenso pero otras parece casi autoparódico. Sin embargo, lo peor es que Scott demuestra que se la muy bien dirigir a un grupo de actores en espacios pequeños (veáse Marea roja) pero, sin embargo, se empeña en romper la tensión con unas escenas de exteriores rodadas al estilo videoclipero histérico e insoportable de su pésima Domino. Parece que Scott no confía en la capacidad de concentración del público y cree que tanto diálogo puede aburrir. Craso error. El guión es notable y el público con el que compartí sesión no aparecía cansarse del duelo interpretativo.
En resumen, un entretenimiento menor pero eficaz.