El gran problema de focalizar el protagonismo en personajes inspirados en esos tipos reales deviene en una triste verdad: son poco o nada interesantes y palidecen ante los torbellinos humanos que llenaron la pantalla desde el nacimiento del cine hasta finales del siglo XX. Cuando no puedes mostrar en el cine las debilidades humanas, la crueldad, las contradicciones, lo feo y terrible que también nos define sólo queda gente meliflua y adormecida.
POSTUREO LOCALISTA CON TOQUES DE BRILLANTEZ Y CONSERVADURISMO
Calificación: 2,5/5
Me, Earl and the dying girl.- Estados Unidos, 2015.- 105 minutos.- Director: Alfonso Gomez-Rejon.- Intérpretes: Thomas Mann, Olivia Cooke, RJ Cyler, Nick Offerman, Connie Britton, Molly Shannon.- CINE INDIE.- Una pena. Con una buena reescritura de guión que obviara todo lo que éste tiene de búsqueda desesperada de una enervante brillantez cultureta para epatar a jovenzuelos con ansía de ser diferentes, el film podría ser notable. Tal y como aparece ante nuestros ojos (y especialmente ante nuestros oídos: ¡Hay que oír cada cosa!) se queda en un fallido film que no entra en el Olimpo del nuevo cine adolescente consciente y autoconsciente formado por films como Superbad, Adventureland, Rumores y mentiras o Las ventajas de ser un marginado.
La película arranca floja y tarda mucho en enganchar al espectador. Realmente sólo mediada la proyección cobra interés hasta alcanzar un emotivo final que llega demasiado tarde cuando parte del público ya habrá abandonado, sino la sala sí el interés por el film.
Es cierto que yo cada vez estoy más lejos de la edad de los protagonistas pero tampoco estaba cercano a los de las pelis anteriores y sin embargo sí que conecté con ellas. No es menos verdad que quizá ésta sea la que mejor refleja una parte, sólo una parte de la verdadera personalidad de los adolescentes americanos. Y me refiero a la manera de enfrentarse al mundo y a las relaciones sociales. Nativos digitales criados en la era de la dictadura de lo políticamente correcto todo les resulta “awkward”, una palabra que aparece varias veces en el film. Término de difícil traducción ya que se acerca a “embarazoso”, “incómodo”, “me da palo” sin ser concretamente ninguna de ellas. Para bien o para mal pasó muchas horas a la semana con estudiantes universitarios estadounidenses y ese aspecto sí que es más realista que en otros films. Son personas educadas con brillantez para retener datos y aprender habilidades y conocimientos técnicos a la par que para la oratoria formal pero nula capacidad para el pensamiento abstracto y metafórico y, algunos de ellos, analfabetos sociales sin el más mínimo sentido común o capacidad para agarrar el toro por los cuernos de una situación hasta que ésta se torna insostenible. Por ello, esa manera de hablar supuestamente profunda que en realidad no dice casi nada, en la que se marea la perdiz dando vueltas sobre términos huecos y en la que se retuerce el lenguaje hasta convertirlo en casi un balbuceo molesto e incoherente es, tristemente, muy realista. En menor porcentaje, los españoles de su edad son bastante parecidos en esos aspectos.
El gran problema de focalizar el protagonismo en personajes inspirados en esos tipos reales deviene en una triste verdad: son poco o nada interesantes y palidecen ante los torbellinos humanos que llenaron la pantalla desde el nacimiento del cine hasta finales del siglo XX. Cuando no puedes mostrar en el cine las debilidades humanas, la crueldad, las contradicciones, lo feo y terrible que también nos define (aunque sea para criticarlo como se hizo desde finales de los 70 a principios de los 90) sólo queda gente meliflua y adormecida con gusto en Un mundo feliz o un 1984 que no ha necesitado de régimenes dictatoriales para calmar las pulsiones que nos definen. Basta con una buena conexión a internet y un cómodo sillón. Sólo el personaje del afroamericano (sintomático) Earl parece tener unas venas por las que fluye sangre en plena ebullición.
Por ello, el film puede funcionar entre una parte del público americano joven. Lo que resulta más difícil de entender es a quien va dirigida la parte de cinefilia de postureo. Los protagonistas son unos fanáticos del cine europeo de autor clásico y de algunas obras del New Hollywood. Mis estudiantes estadounidenses suelen desconocer a Welles, Ford o Los Hermanos Marx por nombrar algunos ejemplos. No sé que porcentaje de americanos saben quiénes son, por ejemplo, Werner Herzog o Klaus Kinski…pero no debe ser muy alto. Y muchos menos serán aquéllos que lleguen a entender un gag que se hace en el film sobre la manera de hablar de ambos por mucho que ésta se haya mostrado previamente. Y sin llegar a entenderlo, también es dudoso que les haga gracia. Y ejemplos como éste hay demasiados en el film.
Por último dos detalles más. Tuve el privilegio de ver este film en versión original. Y digo lo de privilegio porque no me quiero imaginar lo que debe ser escuchar la versión doblada de un film en el que el 30% del film son juegos de palabras bastante intraducibles. Por cierto, entrañable el naif intento de la distribuidora de conseguir que el título español, igual que el original, rime. Por otro lado, un film que va de moderno es bastante conservador políticamente (los comentarios despreciativos que parecen inocentes pero que no lo son sobre Assange) e inconsciente en la manera que trivializa en su primera secuencia conflictos bélicos terribles comparándolos con lo que se vive en un comedor de instituto. Se lo perdonaremos apelando a la inconsciencia juvenil.
Greg pasa el último año del instituto de la forma más anónima posible, evitando todo tipo de relaciones, mientras en secreto hace extrañas películas con su único amigo. Esta situación cambiará cuando su madre le obliga a hacerse amigo de una compañera de clase con leucemia