Curiosa y extraña cinta la que nos propone esta autora tan sobrevalorada (ver El piano) que con la envoltura de thriller erótico realiza un desmitificador acercamiento a tres inquietudes presentes en su obra: la subversión de los géneros cinematográficos, la sexualidad femenina y el ideal romántico de la mujer.
La cinta se enmarca en una corriente cinematográfica actual en la que se engloban cintas tan diferentes y con resultados tan dispares como Election, A proposito de Schmidt, Los Tennemabaums, The good girl o Dogville. Una tendencia, posiblemente involuntaria, pero reveladora de un inconsciente colectivo en rebeldía, en la que se desmitifican unos modelos narrativos literarios y, sobre todo, cinematográficos que han marcado a varias generaciones que, consciente o inconscientemente, han buscado que sus vidas se parecieran al arte.
En este caso a la Campion no parece importarle mucho las peripecias superficiales de esta neoyorkina sin vida sentimental que una noche es testigo de un encuentro sexual que despierta su libido. De este modo, las convenciones del thriller y su investigación policial subsiguiente son despreciadas de tal manera que a veces es más que otra cosa una excusa para acercarse a las inquietudes reales que han llevado a Campion y Moore ha trabajar en este proyecto. Eso sí, la resolución de esta intriga, por otra parte algo tramposa, resulta más interesante, concisa e imbricada en la filosofía del film que en la mayoría de la muestras del genero.
Las inquietudes reales son dinamitar la idea de la imposibilidad femenina de separar sexo y amor, a la vez que se muestra lo carnal como un camino fundamental de la liberación y la catarsis humana y el sendero hacia el encuentro con el amor. El personaje de una Meg Ryan, que se desnuda física y anímicamente en una notable interpretación tiende a demonizar al hombre que la ha liberado sexualmente porque no responde al modelo de amor romántico que le han vendido a ella y a su hermanastra, ambas símbolos del eterno femenino.
Frannie Avery, profesora de escritura creativa, vive sola en Nueva York. Inteligente y reservada, ha conseguido mantenerse al margen de los aspectos más ásperos de la ciudad, dedicándose a investigar sobre el lenguaje de la calle y la novela policíaca. Pero todo esto cambia una noche, cuando Frannie sorprende sin querer un momento de intimidad entre un hombre y una mujer. La carga erótica de la situación la paraliza de golpe, y aunque no llega a ver el rostro del hombre, no olvidará el tatuaje de su muñeca ni el descaro de su mirada.
Loable por cuestionarse estas ideas inculcadas durante siglos a la mujer, no tan positiva parece la reflexión sobre el arte fílmico y sus mentiras. ¿Acaso debe el cine parecerse a la vida? ¿Es posible conseguirlo? Y, finalmente y sobre todo ¿Es positivo? ¿No acabaremos matando la magia del cine de tanto ponerla en tela de juicio?
En un, no por casualidad, color sepia que recuerda al cine clásico, aparece ese falso modelo, ejemplificado en la madre de Ryan, que sucumbe a un supuesto amor romántico con un hombre al que no conoce como persona ni como amante. Este se valió de esa falsa ilusión para anularla como persona y traerle, exclusivamente, desgracias en su vida conyugal.