MORTECINO MUSEO DE CERA
CALIFICACION: 2,5/5
Estados Unidos, 2011.- 136 minutos.- Director: Clint Eastwood.- Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Naomi Watts, Josh Lucas, Judi Dench, Armie Hammer, Ed Westwick, Dermot Mulroney, Lea Thompson.- DRAMA.- Hacer una película aburrida sobre una de las personalidades más complejas y apasionantes del siglo XX parecía casi imposible. Clint Eastwood, en horas bajas, y sobre todo el nefasto guionista Dustin Lance Black (increíble pero no incomprensible –lobby gay, lobby gay- oscar al mejor guión por Harvey Milk) lo consiguen en bastantes pasajes de su nuevo film.
En 1924, con sólo 29 años, Edgar Hoover fue nombrado director general del FBI para que reorganizara la institución. Ocupó el cargo hasta su muerte en 1972, sobreviviendo a siete presidentes, alguno de los cuales intentó inútilmente destituirlo. Los archivos que Hoover guardaba celosamente, llenos de secretos inconfesables de importantes personalidades, lo convirtieron en uno de los hombres más poderosos y temidos de la historia de los Estados Unidos.
No puede ser casualidad que coincidan en cartelera dos biografías (una hagiográfica como La dama de hierro y otra peligrosamente ambigua como ésta) de dos de las personalidades más nefastas, y mira que hay, del siglo XX. La ola conservadora ya es tsumani y arrasa con todo. Lo que pasa es que Eastwood es un viejo lobo de mar y sabe no parecer tan conservador como la Phyllida Lloyd de La dama de hierro. Además, Eastwood lleva 40 años dirigiendo y sabe lo que se trae entre manos.
Sin embargo poco puede hacer con un guión sin chispa, sin verdaderos conflictos, rutinario, sin picos dramáticos y con verborrea, mucha verborrea. Desde el primer diálogo, nos damos cuenta de que el film va a ser discursivo y las ideas se van a trasmitir por vía de la palabra, no de la imagen. Es decir, de cine, poco o nada.
Di Caprio y los demás hacen lo que pueden con este torpe guión que pasa por encima de todo sin detenerse en nada, que no encuentra el norte y que sólo en la parte central consigue atrapar al espectador. Por si fuera poco, los actores deben intentar trasmitir alguna emoción bajos capas y capas, kilos y kilos de latex que los convierten en inexpresivas figuras de cera de un museo de los horrores cuyo tema es el aplaudido triunfo de la obsesión por el control y la seguridad del estado sobre la libertad del indivuo. Es decir, del triunfo de lo peor de Estados Unidos sobre lo mejor.